El rechazo a la tecnología persiste en cúpulas directivas del deporte

Lo que no se entiende no se acepta. Esta podría ser una de las conclusiones que a priori podemos extraer en este artículo para la reflexión. El punto de partida del mismo es que, efectivamente, se sigue detectando rechazo a la tecnología entre determinados componentes de las cúpulas directivas de las entidades deportivas. Aquí podríamos añadir que lo que se produce es que se tararea la música, pero no se sabe la letra y, lo peor, no se tiene mucha intención de aprenderla. Efectivamente, a nadie en su sano juicio procedente del gremio directivo en el deporte, realizaría una declaración pública oponiéndose al uso de la tecnología en su organización. A estas alturas, no es que no sería ‘políticamente correcto’ sino que implicaría la autoexclusión de cualquiera que lo dijese.
Verdaderamente, lo que se detecta en los niveles directivos más tradicionales es una oposición larvada. No a todo, no a todas las innovaciones, sino a aquellas que, de entrada, suenan raro o implican (cosa que ocurre en el 100% de las ocasiones) una clara salida de la zona de confort. Y esto es lógico hasta cierto punto, por dos razones:
- La primera es generalizada. Los avances tecnológicos, constantes y trepidantes en nuestra era digital, implican situarse en una especie de montaña rusa constante. Es normal en este tiempo que se use una tecnología que queda superada a no mucho tardar. O, también, surgen novedades que abren escenarios inéditos hasta la fecha, como el consabido metaverso. Esto ocurre en cualquier ámbito. No todo el mundo puede transitar a la velocidad de vértigo que, ciertamente, exige la evolución tecnológica.
- La segunda es una cuestión cultural. El deporte, y en este caso se podría destacar el fútbol, es culturalmente reacio a muchos cambios. Plantear modificaciones es como demandar alteraciones de la esencia principal de cualquier disciplina: la victoria a través del esfuerzo físico. Pero realmente no se trata de eso ni mucho menos. Lo que ocurre es que, cuando se aplican modos distintos de hacer las cosas, la tendencia natural es a negarse al cambio.
Tocar las narices
No me he planteado este artículo con un enfoque acerca del bien y el mal, del blanco o el negro. Realmente lo que ocurre en cuanto a la conexión del deporte y la tecnología, es equiparable a otras realidades, como ya hemos referido. Pasa que, el sector deportivo, tiene sus especificidades que intentamos enfocar. Podríamos señalar que entre esas especificidades hay dos fundamentales: el deporte no es nada sin el seguimiento de un público normalmente apasionado, y tampoco se puede avanzar en la parcela deportiva sin dinero.
La tragedia puede abrirse paso cuando, en nombre de los forofos o de las necesidades económicas, se esgrime como necesario el rechazo a la tecnología. Así es como se pierde la perspectiva. Es entonces cuando la frase «hay que hacer las cosas como siempre las hemos hecho», se transforma en la mayor de las negativas al avance. Ante este panorama, lo único que procede es la contraposición entre los que actúan de freno y quienes consideran que es tiempo de moverse y, por lo tanto, de acelerar. La resultante de este choque la definía perfectamente Didac Lee en una entrevista en nuestro medio: «cuando innovas seguro que le tocas las narices a alguien».
¿No tenemos ya bastante?
Cuando aparecieron las redes sociales allá los años 2005, 2006, nada más se acercaban a ellas los usuarios denominados early adopters, es decir los primeros que las prueban. Esa figura es clave en el desarrollo de las plataformas digitales, así como de cualquier innovación digital. Frente a esta figura, el público masivo se movía al principio entre la indiferencia y el rechazo. Tuvieron que pasar varios años para que, progresivamente, las redes sociales fueran más y más comunes a todo el mundo.
Este proceso es común como decimos. Se reproduce cada vez que surge una novedad. Primero van los pioneros y la inmensa mayoría tarda tiempo en incorporarse. Es bien cierto que, sin la mayoría o sin un nivel de penetración considerable, los inventos pueden fracasar. En este estado de cosas, los más agarrados a ‘lo de siempre’, suelen tener la tentación de asentarse en una determinada foto fija. ‘¿No tenemos ya bastante?’ pueden esgrimir los más remolones en aceptar los cambios, entre los que ciertos directivos suelen incluirse.
Negocio inmediato
En las organizaciones deportivas existen dos ámbitos en los que la tecnología tiene una clara presencia. Por una parte, contamos con la digitalización integral de la propia organización. Con ello nos referimos a la digitalización de los procesos, a las operaciones. Hablamos por lo tanto de la informática básica (ordenadores, alojamiento físico o cloud…) y de las comunicaciones (telefonía). Este apartado podríamos denominarlo la columna vertebral que sostiene las operaciones de la organización: desde la administración, pasando por los recursos humanos hasta llegar al marketing.
Por la otra parte, las organizaciones deportivas tienen un sesgo diferenciador respecto a otras entidades o empresas: los deportistas. Utilizando una guía ordinaria para la gestión de cualquier compañía, los deportistas serían asimilables al producto. Pero son seres humanos, aunque se compran y se vendan sus servicios. A este respecto, la tecnología atiende dos aspectos principalmente: la salud (física y mental) de los deportistas y sus rendimientos en las competiciones. En este segundo capítulo, cierta cúpula directiva se debate entre la aceptación de la tecnología para garantizar los éxitos deportivos y los que defienden que lo único verdaderamente necesario es echarle fuerza, valor o ganas.
Al final, la necesidad de hacer un negocio rentable resulta determinante. Como cualquier acción que requiera inversión, lo deseable es que los rendimientos sean lo más inmediatos posibles. ‘Vale ¿y con esto que gano?’, suele ser la respuesta que cualquier empresario da tras atender la presentación de una innovación. Pero el efecto ‘invierto porque voy a ganar, si no, no lo hago’ es muchas veces una ilusión. La digitalización no deja de ser una serie de instrumentos que pueden ayudar a reducir costes y a favorecer, con el tiempo, un mayor beneficio, pero el factor crítico es la inteligencia (hasta ahora estrictamente humana) que es la que decide acciones y estrategias para conseguir la rentabilidad. Achacar a las máquinas la única responsabilidad del fracaso, es una manera burda de eludir responsabilidades.
Estar o dejarlo
Los recursos en las organizaciones son limitados, y sobre todo en algunas entidades o clubes deportivos. Eso implica limitar en las actividades que se puedan acometer. Esto es así. Pero lo que no se puede, es esgrimir la escasez de recursos para negar la incorporación necesaria de herramientas tecnológicas. Ese enfoque nos lleva inevitablemente al empobrecimiento debido a la autolimitación de nuestras posibilidades. Es como si, una vez que las redes sociales es algo obligado para el deporte, algún gestor argumentara que, al no estar en las redes, se ahorra el sueldo del community manager.
El quid de la cuestión a estas alturas es que, si aceptas el reto continuo de adaptarte a los cambios tecnológicos, tienes más posibilidades como organización deportiva de seguir con bien hacia delante. Eso sí, eligiendo siempre lo más adecuado entre el vasto universo de posibilidades que ofrece el mundo digital. Pero, si por la razón que fuera, se opta por negarse radicalmente a la digitalización, sencillamente tal decisión es una forma de dar un paso firme hacia la desaparición.